miércoles, 1 de julio de 2009

Fuerzas desatadas.

Delibes, 1990:
"El inquietante episodio de la nube radiactiva procedente de la central de Chernobyl me sorprendió en Saarbrüken, al norte de Alemania, y, días después, pude pulsar el ambiente en Maguncia y Friburgo. El pueblo alemán, repetidamente escaldado, tiene una manera práctica y disciplinada de afrontar la vida, y en esta ocasión, como en otras semejantes, no se dejó ganar por la histeria colectiva. Emisoras de televisión y radios locales daban instrucciones de aplicación inmediata y el ciudadano se sujetaba a ellas sin excesiva fe pero con rigor: evitar mojarse con agua de lluvia, eludir la evaporación tras el chaparrón, no comer verduras ni ingerir leche de vaca sin preparar, duchar a los bebés con agua a presión en lugar de bañarlos en aguas muertas. Mas en el pueblo alemán, en el medio universitario donde yo me movía, se advertía un sentimiento de impotencia mezclado con otro de irritación contra los políticos, actitud que luego vi repetirse en Suiza [...]. La impresión dominante era la de sentirse engañados, ya que en todos los pueblos de la Europa occidental -salvo tal vez en Suecia, donde fui testigo hace pocos años, en Lund, de una gigantesca manifestación exigiendo que se utilizase la energía nuclear como energía alternativa, de transición, nunca definitiva- se aseguró a los ciudadanos que la posibilidad de accidente en las centrales nucleares era técnicamente imposible, un temor que las mentes civilizadas debían desechar. Y era esto, la falsedad de este aserto, y con ello la desaparición del sentimiento de seguridad bajo el que descansaba el viejo continente, lo que en un momento se vino abajo y lo que despertó el enojo europeo. A la vista de lo ocurrido, se hacía evidente que no era necesaria una guerra nuclear para eliminar al hombre de amplios sectores del planeta; bastaba una sucesión de accidentes encadenados, del tipo del registrado en la central de Chernobyl. Y ante un hecho semejante, se abrían unas interrogantes estremecedoras: el escape de radiactividad apenas había fulminado a unas docenas de personas, pero ¿qué nos reservaba el futuro?¿Cuánto tiempo permanecería la radiactividad en las áreas afectadas?¿Cien años?¿Mil? Y durante este tiempo ¿seguiría en la superficie de la Tierra contaminando sus frutos o se filtraría hasta las aguas subterráneas, los manantiales, los ríos?¿Serían portadores de ella los peces y los pájaros, el trigo, los pastos y las vacas?¿Hasta cuándo habría que recelar de esas aguas y esos frutos? Estábamos ante una realidad nueva: la radiactividad andaba suelta y la radiactividad no se evapora, ni se desintegra, ni se neutraliza en mucho tiempo, acaso siglos. ¿Cómo encarar entonces con serenidad el futuro si las consecuencias de la catástrofe de Chernobyl resultaban impredecibles y era posible su repetición en otras centrales que se nos daban ayer como seguras?¿Conoceríamos algún día las consecuencias de la explosión de Chernobyl? Alemanes, suizos, [...] se mostraban escépticos al respecto. En unos años morirían en la zona afectada cientos, millares de seres, aumentaría el número de cánceres, pero el poder, la autoridad -la de aquí y la de allá- pondría buen cuidado en mostrarse cautelosa, disimularía datos y estadísticas para evitar la alarma y, ante su silencio, la inconsciente ciudadanía olvidaría que un vasto sector de Europa central estaba sembrado de muerte y seguiría viviendo sobre el volcán alegremente, como si nada ocurriera.
[...][Lo] que ha provocado la catástrofe de [...][Chernobyl][...][ha] sido la sed de dinero, la prisa por producir a cualquier precio, la insaciabilidad, las exigencias de una economía cuya misión es multiplicar el provecho sin reparar en los medios ni en las consecuencias.
El ser humano afronta una situación delicada: tratar de controlar uans fuerzas que él mismo ha desatado y que ahora le hacen frente amenazando su integridad. ¿Cómo salir de este círculo vicioso? [...] En nuestro afán de progreso, nos apresuramos a poner en circulación energías y sustancias sin haberlas contrastado previamente. Sembramos el riesgo, incluso la muerte, pero en torno al riesgo y a la muerte creamos inmediatamente intereses a los que nadie parece dispuesto a renunciar después. Peligroso juego."